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Érase una vez un emprendedor llamado -por ejemplo- Alberto. Alberto tenía 22 años y, después de dos años trabajando en una empresa mediocre por un sueldo insultante, acababa de quedarse en paro.
Alberto llevaba un tiempo escuchando eso de que emprender mola, con lo que le apetecía probar suerte. Había leído en varios blogs que el comercio electrónico crece más de un 20% al año en España, con lo que montó un ecommerce.
Un 'ecommerce' para revolucionar el mundo
Alberto decidió capitalizar el paro y sumarse a esa tarifa reducida de 50 euros/mes con la que el Gobierno decide apoyar su energía emprendedora durante los seis primeros meses. Mientras tanto, contrató a un desarrollador freelance para que programase su plataforma a un precio bajo. Al fin y al cabo, lo importante no es la tecnología, sino lo que vendes.
Antes de lanzar su plataforma a nivel mundial, Alberto fue a varios eventos para hacer un poco de networking. La verdad es que, pese a su ímpetu, se mostraba algo tímido ante la multitud de personas que transmitían una pasión más desgarradora que la suya. Eso le desanimó un poco, pero en uno de esos eventos conoció la solución a sus problemas: un coach que, por un módico precio, se encargaría de subirle ese ánimo.
La elección del coach fue perfecta, ya que el tipo era un motivador nato: indagaba en las pasiones de Alberto, le recomendaba varios libros de autoayuda, le hacía escribir frases motivadoras en un papel y le convencía de que en el mundo no hay nada imposible si pones la pasión suficiente. Tres semanas después, Alberto tenía más inteligencia emocional que Paulo Coelho y Eduard Punset juntos.
Loa padres que rehipotecaron su casa para ayudarle
Con el cuerpo y el alma a tope de baterías, Alberto estaba preparado para recorrerse todos los eventos del país y dar a conocer su proyecto al mundo. Sin embargo, ya se había gastado el dinero del paro, con lo que necesitaba un soporte mayor. En la tele había visto varios anuncios de bancos que decían apoyar a los emprendedores, con lo que fue a por ellos. Inexplicablemente, ningún banco decidió darle dinero, pero Alberto tenía una fortaleza a prueba de bombas y nada podía minar su ilusión.
Decidió entonces acudir a sus padres, que estaban a punto de jubilarse, para pedirles dinero. Los padres no acababan de estar muy convencidos, pero la pasión de su primogénito era contagiosa, así que rehipotecaron su casa para financiar el sueño emprendedor de su retoño.
Entre tanto, Alberto lanzó su web a nivel estratosférico. Pero claro, es que si no sales en los medios es como si no existieras. Después de varios intentos fallidos por tener repercusión, se apuntó a un taller en el que varios periodistas (incluido un servidor) le ayudamos a elaborar una completa estrategia comunicativa. Además, nos permitimos el lujo de corregir algunos aspectos de su modelo de negocio. Nosotros no habíamos emprendido en nuestra vida, pero si llevábamos tanto tiempo escribiendo de esto, algo sabríamos, ¿no?
Levantando dinero ante inversores
Lo malo es que, entre pitos y flautas, todo esto le estaba saliendo caro de narices, y el dinero de sus padres empezaba a disminuir. Fue entonces cuando Alberto acudió a un evento ante inversores, pero sin éxito. Uno de los inversores le dijo que veía serias lagunas en su proyecto y que el modelo de negocio no estaba nada claro. Pero Alberto recordaba aquella frase que le enseñó su coach: “Un hombre con una buena idea es un loco hasta que triunfa”. Se ve que el inversor era un carca que nunca se había saltado las normas establecidas, así que Alberto hizo oídos sordos, siguió peleando por su sueño y se apuntó a un curso de elevator pitch.
Una semana después, Alberto fue a un nuevo evento de inversores que organizaba su ayuntamiento y que, por tanto, parecía una ocasión perfecta. Después de dos horas de mitin político de su alcalde, Alberto se dio cuenta de que allí apenas había inversores. Sin embargo, uno le ofreció 30.000 euros por el 50% de su compañía. Alberto esperaba una oferta visiblemente mejor, pero decidió aceptarla.
La oficina con futbolín, billar, sofás modernos...
Con el dinero en el bolsillo, nuestro emprendedor decidió que ya era hora de tener un espacio físico, así que alquiló un loft de 300 metros cuadrados que dotó de todo lo imprescindible: cocina, sofás, futbolín, billar, una pequeña canasta de baloncesto y todo aquello que hiciese indicar que, aunque eso era una empresa, no habían olvidado que lo importante está en disfrutar con lo que se hace.
Su inversor le recomendó irse a Silicon Valley para aprender de los mejores del mundo, así que Alberto cogió el primer avión a San Francisco. Allí apenas conoció a empresas, pero se apuntó a un taller para aprender a hablar en público. Dos meses después, Alberto ya se sabía de memoria frases como “toda crisis es una oportunidad” y “hay que abandonar la zona de confort”. Entre su inteligencia emocional y su don de palabra, Alberto habría podido ganar unas elecciones a la Casa Blanca sin despeinarse.
El mejor 'networker' del mundo
Con ese arsenal de aptitudes, nuestro emprendedor consiguió hacerse hueco como conferenciante en eventos en España. No le pagaban por sus charlas, pero podría promocionar su proyecto. Alberto se convirtió en el mejor ponente de la historia: era dinámico, extrovertido, simpático y su don de gentes era apabullante. Nadie en sus charlas terminaba de saber a qué se dedicaba ni de qué era su plataforma, pero sus dotes como showman eran indudables.
Tras varios meses recorriendo el país de evento en evento, Alberto decidió pasarse por su oficina para ver qué tal iban por allí las cosas. Pero lo que se encontró era desolador: el programador se había ido, y los comerciales, además, le habían demandado por impago. En una solitaria mesa, el socio de Alberto le echaba un ojo al temario de una oposición.
“Nos arruinamos hace tres meses”
“Nos arruinamos hace tres meses”, le dijo su socio. “Nuestra web no sale en Google, nuestra competencia vende más barato y nuestro modelo de negocio sigue sin estar claro. Vaya, que no nos compra ni el Tato. Nos hemos gastado todo el dinero en alquileres, sueldos, viajes y todos los cursos a los que te has apuntado. Por cierto, recoge tus cosas, que mañana nos echan de la oficina”.
Alberto sintió la derrota y, pese a que una vez leyó que “el fracaso solo es la gasolina que impulsa el éxito”, se derrumbó. ¿Cómo había podido fracasar, si hizo todo lo que le dijeron que tenía que hacer?