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Crear una empresa exitosa no es nada fácil. Mucho menos en el prometedor mundo de las tecnologías de la comunicación, un campo en constante desarrollo abonado por sonoros fracasos. Ya puede uno tener una idea revolucionaria, que si no logra hablar el lenguaje de los inversores es difícil que consiga la financiación necesaria para dar un salto cualitativo. Puede pasar también que el modelo de negocio planteado en un principio no sea el mejor, o que no se consiga de ninguna de las maneras cerrar una cita para negociar una ronda de financiación.
Tratar de comprimir al máximo el lapso de tiempo en que se tarda en conseguir un inversor, previo pulido técnico y comercial del proyecto, es el propósito fundamental de las llamadas aceleradoras de start-ups, un concepto importado de Estados Unidos.
Sus antecesoras, las incubadoras de empresas, se limitaban a fomentar programas de creación de negocios, aportando un espacio físico en el que empezar y prestando apoyo técnico y jurídico. Las aceleradoras, surgidas ya en este siglo, han dado un paso más: además de comprimir sus programas en unos pocos meses, se centran en dar a sus pupilos una formación intensiva, poniéndoles en contacto con mentores (emprendedores exitosos) que han pasado por obstáculos similares a los que un neófito pueda encontrarse. Realizan, además, una inversión semilla y facilitan los contactos para una primera ronda de financiación adicional. Vienen a ser, en definitiva, una especie de campamentos a los que llegan emprendedores con buenas ideas y ganas de trabajar y salen empresas hechas y derechas. El símil no es baladí, ya que muchas aceleradoras organizan campus para empezar a otear posibles candidatos para sus programas.
El sello de una multinacional
"La explosión de las tecnologías ha hecho que haya muchísimos negocios aún por descubrir, y algunos de ellos romperán las normas que ahora conocemos. Hay que escuchar al mercado, y para eso necesitamos ver qué ideas tienen los jóvenes programadores de hoy", apunta Gary Stewart, director de Wayra España, la aceleradora de Telefónica. Lleva año y medio en marcha. El objetivo: poder acompañar al próximo Tuenti, en vez de tener que comprarlo. ¿Cómo? "Seleccionamos los 20 mejores proyectos que nos llegan y les damos un espacio para trabajar en las oficinas de Wayra [en España tienen sede en Madrid y Barcelona], así como una inversión de hasta 40.000 euros a cambio de una participación de entre el 5% y el 10%. Los emprendedores se reúnen regularmente con mentores de prestigio, y en unos meses están preparados para una ronda de financiación con business angels", explica Stewart. Allí suelen captar cifras superiores a los 100.000 euros.
La visibilidad que garantiza el hecho de tener detrás a una multinacional es fundamental para los jóvenes emprendedores (la edad tipo: entre 26 y 34 años). "Uno de los problemas a los que te enfrentas cuando montas un negocio es que nadie te hace caso. Nosotros les ponemos en pocos meses delante de los inversores potenciales", señala Stewart. Así lo han hecho con Marfeel o Cognicor, entre otras.
Ánimo de mucho lucro
Mola.com es otra de las aceleradoras más conocidas del país. Está afincada en Mallorca, aunque eso no les supone problema alguno en plena era de internet. Creado hace exactamente un año por un emprendedor en serie (Enrique Dubois) y un inversor con amplia experiencia en internet (Paco Gimena), y sin vinculación a compañía alguna, su modelo de negocio es distinto al de Wayra. "Tenemos ánimo de mucho lucro. Nosotros pretendemos entrar muy temprano en compañías con una valoración baja para luego acompañarlas y venderlas a un competidor grande por una buena suma", sintetiza Dubois. "Aspiramos a crear el próximo programa rompedor, en la estela de Facebook o Dropbox. Nunca renunciaremos a ese sueño", añade. ¿Su valor añadido? "Conocemos muy bien el mercado de internet. Me embarqué en este proyecto al ver que una de mis start-ups, Wamba, no funcionó todo lo bien que yo quería. Me decidí a diversificar mis inversiones. Tuenti y BuyVip empezaron al mismo tiempo que yo. Si hubiera invertido allí hubiera ganado mucho dinero".
En Mola.com eligen los proyectos que acompañarán a través de cuestionarios online. A partir de ahí, se inicia una andadura inicial de entre seis meses y un año. "En ese tiempo habremos visto si es un proyecto escalable, en cuyo caso seguiremos con ellos, o si es un fracaso o no aspira más que al autoempleo". Su inversión en los negocios detectados (en los 12 meses que llevan en marcha han recibido 1.400 propuestas y han entrado en 36 de ellas) oscila entre los 10.000 y los 50.000 euros, tomando entre el 5% y el 20% del capital. Algunas de sus empresas más exitosas hasta el momento: Playspace, Portbooker o Fitboo.
Organización altruista
Es una rareza dentro del mundo de las aceleradoras, por no tener ningún tipo de ánimo de lucro, pero fue una de las primeras en nacer. "En 2008 una serie de emprendedores de los años noventa, entre ellos los creadores de Toprural o Softonic, se decidieron a devolver parte de lo que la sociedad les había dado", cuenta Pamela de la Muñoza, responsable de SeedRocket Barcelona. La aceleradora se financia con las cuotas de sus socios (inversores que serán los primeros en poder tantear a las jóvenes promesas) y a través de patrocinios. Las inversiones: entre 20.000 y 60.000 euros por proyecto seleccionado (en torno a seis al año de más de 300 que se presentan).
"Exigimos siempre, además de una buena idea, que haya un prototipo beta ya desarrollado para poder ser lanzado al mercado. Lógicamente, el proyecto tiene que ser escalable, y no puede pretender cambiar las costumbres de los consumidores", subraya De la Muñoza, que esgrime con orgullo que la tasa de supervivencia de los proyectos en los que ha invertido SeedRocket es del 70%.
Unas buscan enriquecerse, otras no, pero las aceleradoras comparten un objetivo común: brindar a los jóvenes emprendedores las oportunidades de las que carecieron sus actuales mentores.